Ven, acércate y atiende, que te voy a contar un
secreto. ¿Ves aquellos acantilados donde las olas baten con fuerza y se vuelven
blancas? ¿Los ves? ¿Sí? Cierra los ojos e intenta imaginártelos ¿Puedes? ¿Y las olas? ¿Igual de blancas? Allí está mi padre recogiendo percebes.
¿A él no eres capaz de localizarlo? ¿Ni con los ojos
abiertos? Ya. Fíjate bien. ¿Nada? Pues cierra otra vez los ojos e inténtalo con
ellos cerrados. ¿Tampoco?
Espera, toma mi MP3 y escucha esta música:
¿Sabes?, al principio yo tampoco era capaz de verlo.
Lo conseguí cuando, al oír esta música, tenía los ojos
cerrados; por eso es mejor que pruebes primero de esa manera. Claro, también
puedo con ellos abiertos; desde aquel día.
Fue poco tiempo después de que él se fuera a por los
percebes. Me dijo que lo esperara, aquí, donde estamos, precisamente; quería
aprovechar la marea baja. Pero la marea bajó y subió una y otra vez hasta que mi
madre me vino a buscar.
Te aseguro que miré y remiré piedra a piedra, ola a
ola y marea a marea, tanto aquel día como al siguiente y al otro.
¿Lo ves, ya lo ves? Lo sabía, primero era necesario
intentarlo con los ojos cerrados.
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