Era feo,
con o sin boina; muy feo. Salió a comprar una lechuga y le vendieron una
gallina, una gallina verde que cantaba como un gallo. La vaca parió en la
huerta. Sembraría las coles en la cuadra, ahorraría en Internet. Las chicas del
club se habían solidarizado: “no money,
no pussy”. Ni vino, ni vinagre; o a orillas de la carretera, en vez de
plantas, crecían señales de tráfico. Calvo sin boina, sino chaparro. Guapas
para ser sultán por un día, guapísimas, pero “no money…” Subastaría la gallina en Ebay ¿Ponedora?, no; pero era
verde, verde como una lechuga.
domingo, 23 de marzo de 2014
domingo, 16 de marzo de 2014
París florece en invierno
Amigo mío, te has enamorado. No es
posible que dos semanas después de llegar a París, un París frío, lluvioso y
cenizo, como tú mismo lo describías en la primera carta, se convierta de pronto
en un paraíso de sol, campos verdes y flores. Tú, te enamoraste. Ni París
florece en invierno sin motivo.
No lo sé, resulta muy fácil hablar
de amor, del ajeno ¿Y qué otra cosa puede ser si no?, dime. Es cierto que París
se parece a una mujer bella, dolorosamente bella, un rayo de luz en el que cabe
la inmortalidad; pero cómo le voy a llamar amor si lo que siento es deseo. Sí,
bastó una mirada; demasiado efímera para sostenerla, pero suficiente para
desearla y soñarla cada día, cada hora, a cada instante. Hasta las costuras, te
has enamorado hasta las costuras.
Insistes a pesar de que tu
convencimiento no me alivia ¡Cállate!, no es a mí a quien tienes que decírmelo,
sino a ella. Háblale, dile como es, sé su espejo, en el que con más nitidez
pueda verse.
¡Ay, París! ¿Pero es que no te das
cuenta, cómo voy a mostrarle mi deseo si me condena tan sólo por mirarla? ¿Le
digo que al contemplar sus Campos Elíseos tiemblo ante su Arco de Triunfo?
Siento y oigo, caricia a caricia y beso a beso el ascenso a Montmartre; los
latidos de mi corazón se confunden con el suyo que es sagrado. Cuánto daría por
transformar en infinito, despacio, muy despacio, hoja a hoja, pétalo a pétalo,
su Jardín de Versalles; oler y saborear cada flor como si en ello me fuera la
vida (que se me va), hasta que la eternidad se convulsione y nos convierta a
los dos en uno ¿Se lo digo? ¡Qué si se lo dices!, sube a la Torre Eiffel y
grítaselo con todas tus fuerzas, para que lo oiga Francia entera.
Ahí ya estoy, en lo más alto, con
ella iluminada igual que las noches más oscuras. Pues adelante, sé valiente y
convéncete de una vez, que a lo que tú llamas deseo en París es amor.
Agradezco tu amistad y los ánimos
que me das, pero, entrañable amigo, ya ha pasado el tiempo del asalto a las
Tullerías; ya no resulta placentera la toma de la Bastilla si ella no
disfruta con su entrega. Las orillas del Sena, con sus puentes o sin ellos, han
de ir de la mano. Tú sabrás, La
Libertad es una dama esculpida a cincel, condenada a ver
fluir las aguas del ocaso de París. Lo sé, lo sé; y Notre Dame el comienzo en
una isla inmóvil en medio del río.
París es París y aunque florezca en
invierno, no permitirá que le amen sus damas sin nada a cambio. Y si eres tú
quien está en lo cierto, si este deseo fuese amor, antes de que el dolor sea
insufrible, enterraré mi corazón al pasar por Montparnasse, camino del
aeropuerto. Me quedaré tan sólo con su sonrisa y su hermoso recuerdo.
Tranquilo, no tengas prisa, date un tiempo y, si es preciso, espera a que París
venga a ti; porque si el amor duele, más duele su ausencia.
martes, 11 de marzo de 2014
Amarga Cena
Sí, amarga. Era para dos y sólo acudió él; la
que iba a ser, por fin, una noche de amor, se volcaba en ausencia desoladora.
Abonó la cuenta sin un SMS de disculpa que le acompañara y salió del
restaurante. De regreso, la carretera estaba cortada; un accidente interrumpía
el tráfico.
La volvió a llamar, una última esperanza. Uno,
dos, tres…; que no salga el buzón, otra vez no, ¡maldi…!
–Diga –una voz de hombre se oyó al otro lado.
Silencio, su voz se negaba. Apenas cortó, se
iluminó de nuevo el móvil e insistió la melodía de llamada. No contestó, ni a la
siguiente tampoco.
Al llegar a casa, se sirvió un trago, también amargo.
El móvil continuaba sonando, las llamadas no cesaban, y aunque no encontraba
palabras, lo acercó al oído.
–!Conteste,
si conoce a la dueña de este móvil responda, por favor…!