martes, 2 de julio de 2013

“Canção do Mar”

Una “portuguesiña” me sorprendió mirando al mar. Su voz suave, melodiosa, se acercaba a los acantilados para romper en un grito. Un estruendo que vestía las piedras de blanco. Notas que se perdían entre las grietas y se descolgaban como el eco de las olas hasta fundirse en transparencias que se replegaban acariciando la arena y los sentidos. Callada, huía sin fuerzas; para regresar en otra explosión atronadora. Un lamento de burbujas que se licuaba lágrima a lágrima –parecían gemir a coro las rocas–, y se iba; se alejaba arrastrándome con él. Turbada, renacía del suspiro con un clamor desgarrador.

Si no conociese el mar, diría que en Portugal cantaba; cantaba con voz de mujer y lloraba cantando. Imposible. Me asomé al borde del acantilado para ojear la pequeña cala y allí descubrí a la “portuguesiña”. Paseaba descalza, vestida con una túnica blanca; bajo los pies, sus huellas surgían como estampas y se desvanecían con el vaivén de las olas, igual que su voz.

Acudí a la mañana siguiente, con la ilusión de oírla de nuevo, y ella y el mar también acudieron. Varios días, hasta que la sirena portuguesa reparó en mi presencia; al verme calló. Enmudeció y se fue, se alejó en silencio, sinuosa; ondulante como su vestido inmaculado.

Dediqué mis vacaciones a espiar entre las piedras, escondido, con la esperanza de que reapareciese la “portuguesiña”. Necesitaba oír su canto, deseaba agitarme y rugir como el mar; y las olas iban y venían, una y otra vez, cada mañana, de vacío.

Mi estancia en Portugal  ya era puesta de sol, ocaso; una brisa que me arrastraba tierra adentro, intensa como los susurros de tristeza. Se batió el mar, explotó, y mis ojos burbujearon al no oírlo cantar. Di la vuelta con ellos cerrados, que allí el llorar es canto.

Al abrirlos de nuevo vi su melena negra, su vestido blanco y sus pies descalzos. Estaba allí la “portuguesiña”; ella, su sonrisa y su mano abierta con una nota. Me agarré al papel antes de que el mar nos arrastrase, antes de que las olas lo borrasen: “Si você gosta do mar, gosta do fado”, “Canção do Mar”. Y al leerlo ella se fue, se fue ligera, muy ligera; como se va una efervescencia.

Me brillaban los ojos, igual de saldados, al ver como las olas se alejaban cantando; rumorosas sedas empapadas al viento. A pisadas se agrandaba la playa y a pisadas se grababa en la arena un recuerdo, un mar, un fado.

Gracias, Portugal.

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