Las últimas palabras de su víctima fueron: no te mires al espejo con el
arma en la mano. Sonrió, igual que el infeliz que se desangraba a sus pies. Cuando
en casa las recordó volvió a sonreír de igual manera y se fue al lavabo con la
pistola. Delante del espejo, al mirarse, levantó el arma y disparó al cristal. No
pudo evitar verse de nuevo, infinidad de trozos se esparcieron al azar. Se oyó
otro tiro y la sangre cubrió el mirar de los cristales.
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