Dime, ¿también se ha ido sin ti, sin su Virgen del Punzón? Porque para
ella tú eras la Virgen del Punzón, ¿verdad abuela? La pobre no contesta; lo
sabemos. Pero aún parece que está aquí, renegando en contra de sus hijos. Sus
perjuros se oirán mucho tiempo en casa. Con razón, diría; la estoy oyendo.
Había dedicado su pronta viudez a completar la crianza de los niños. Los educó
y les inculcó la devoción por ti, por tu imagen, sin regatear esfuerzos ni
cariño. La movía su esperanza.
Una esperanza que al tío Andrés le resultaba insuficiente. ¡Loco, los
libros te han vuelto loco!, le gritaba la abuela, y eso que no conocía a Alonso
Quijano. ¡A quién se le ocurre llamarle fresca pompeyana a la Virgen del
Punzón!, exclamaba con disgusto. ¡Imposible!, no hay nada que hacer contigo, le
contradecía él. Se lo podía permitir. Era el benjamín.
A mi madre le atrae más el espíritu romántico. Desde que se enteró de
que el Vesubio se convirtió en un río, Pompeya y Herculano fueron dos amantes
atrapados en una riada trágica. ¿Agua o lava, qué más da?, para ella todos los
grandes amores acaban así.
Al que nunca lograste conquistar del todo fue a mi tío Pedro, el mayor
de los tres hermanos. Para él, ese gesto infantil de acercar el cálamo a la
boca le resulta más un artificio femenino que una muestra de ingenuidad. Es de
los que piensan que la irresistible tentación de la belleza se impone al más
intenso anhelo de inocencia. Su escepticismo natural se vio reforzado con los
comentarios que el tío Andrés compartía sobre la sociedad romana de Pompeya. No
me extrañaría que viera en ti a un imberbe disfrazado de damisela, como diría
el mismo Sade.
Virgen, poetisa, heroína o simplemente una mujer llamada Safo —que no
es poco—, los cuatro te reverencian. En cuanto a mí, lo que me pregunto es cómo
tu foto ha venido a parar aquí, al cuarto de la abuela. Ya, su manía de
convertir las imágenes antiguas en estampitas, pero ¿por qué tú entre tantas?
Yo prefiero creer que es por ese sueño que centellea en tu mirada.
¿Callas? Tienes razón, guardemos silencio; a estas
horas la deben de estar enterrando, si no lo han hecho ya.