Pintar el cielo de azul no es nada original, remendarlo con trapos de algodón cosidos con hilo imaginario tampoco; y si es a la hora de comer, cuando la luz ciega incluso a los filósofos, menos todavía. En esos momentos, con el sol en lo alto, son las sombras las que llaman la atención y las que atraen a la gente.
Si tu necesidad es de aprecio, popularidad o dinero, trae agua de la fuente que esté más cerca y repártela en la plaza, no tanto a los sedientos, sino a quienes puedan pagarla. No cabe mayor arte que calmar la sed ajena, sobre todo cuando es cobrando. Y a nadie le parecerá una falta de originalidad si sabes medir bien el agua.