viernes, 16 de mayo de 2014

Y los trajo la lluvia...

Entre pendones iba el difunto, rezaban las malas lenguas. El pendón negro anunciaba el entierro que, ayudado por la cruz, abría paso al féretro con el finado dentro; seguía el cura, un monaguillo y la viuda; detrás, los allegados, las plañideras y demás acompañantes. Cerraba el cortejo fúnebre la muerte con su guadaña para que no le robaran el cuerpo.

Llovía, arreciaba, diluviaba; el cielo se vino abajo todo junto. No sólo no encontró cabida en el río, sino que la riada arrasó campos, caminos y cuanto se le interponía. Otra desgracia, el cementerio se encontraba en la parte baja del pueblo y allí llegó el acompañamiento al completo; arrastrados y revueltos, sin orden ni concierto. Hasta la misma parca se vio estampada contra las rejas del camposanto. <<Y los trajo la lluvia —contaría después el enterrador—, a todos; costaba saber cuál era el muerto>>. Tan sólo se echó en falta la guadaña, esa no apareció por ninguna parte; ¡ah!, y la curiosidad, muy llamativa por cierto, de ver como la viuda, espatarrada a más no poder, lucía unas inmaculadas bragas rojas. <<¡Un milagro, por poco no tengo que enterrarlos a todos!>>.

2 comentarios:

Flor dijo...

Que desastre de entierro!!

Mis Textículos dijo...

Y que lo digas...

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