viernes, 9 de mayo de 2014

Vicente, un lobo muy decente


Soy Vicente, el lobo con el que se asusta la gente. Aaaauuuuuuuuu, aaauuuuuuu, soy un lobo muuuy maaaalo. Mentira, es mentira. Yo no me he comido a la abuela de Caperucita. Era una anciana, enferma y encamada, que dejaron sola al otro lado del bosque; un menú nada apetecible. Tampoco me he comido a Caperucita, a pesar de lo rica y tierna que estaba. Porque ¿a qué niña permiten cruzar el bosque sin ir acompañada? Que yo sepa, a ninguna. Además, muy pocas niñas son tan inocentes como para quedarse a charlar amistosamente con el lobo. Si fuese así, me pondría morado. La fanfarronada del leñador no la superan los cazadores ni los pescadores, por exagerados que parezcan. Anda que, atreverse a decir que sacó a la abuela y la nieta de mi barriga, después de habérmelas zampado, y encima, vivas y con ganas de contarlo. Mentira, una colosal mentira.

Ese soy yo, Vicente, el lobo con el que se asusta al inocente. Aaaaauuuuuuuu, aaauuuuuuuuuuu... ¡Qué mieeeeeedo! Mentira, mentira podrida. Y si no, vean: que los cerditos son vagos y no quieren trabajar, ¿para qué está el lobo Vicente? Mi capacidad pulmonar no tiene límites; a su lado, el huracán es una simple brisa. Levanto las casas como si fuesen plumas. Aunque, por desgracia, debo de ser bastante patoso, porque no ser capaz de correr más que un cerdito... ¿Dije uno?, perdón, eran tres: dos vagos y uno que trabajaba. De verdad, soy la vergüenza de todos los lobos. Lo de saltar por la chimenea, eso ni los cerditos lo sueñan, por muy asustados que estén. Mentira, cochina mentira.

Sí señor, soy Vicente, ese lobo feo y maloliente. Aaaaauuuuuuuu, aaauuuuuuuuuuu... ¡Qué asco de lobo dios mío! Mentira, sucia mentira. En cuanto a lo de los cabritillos, eran siete ¿no?; y su mamá cabra, ¡huummm! menudo banquete. Qué pena que no fuese cierto ¿verdad? Pero ¿quién se imagina que los cabritillos van a estar viviendo a todo lujo?, ¿y que su mamá cabra salga de compras como una típica ama de casa? Yo no, desde luego. Bastante me costó mirar en el establo y en los pastos que hay cerca del monte. ¡Cuánto miedo pasé! Menos mal que los perros son primos, porque de amigos no tienen ni el nombre. Total, para nada; estos cabritillos viven a cuerpo de rey. Tanto que ya me parece que pasan de cabritos. Mentira, todo mentira.

Pobre Vicente, el lobo que ya no da miedo ni enseñando los dientes. Aaaauuuuuuuu, aaaaauuuuuu... —¿Tienes sueño, Vicente? —me pregunta la Luna—. No, no. No tengo sueño. ¡Uuuuuyyyy, cuánta gente haaay! Y la verdad, había más personas que ovejas. ¡Ay! Pedrín, Pedrín... Bromista el niño, ¡eh! Las veces que engañó a todo el pueblo con sus gritos de socorro: ¡que viene el lobo!, ¡que viene el lobo! Mentira, vil mentira. Sin duda, es al niño a quien había que comer ¿o no? El jovencito se pasó lo suyo, pero quién se atreve a acercarse a él con semejante batida a su alrededor. La gente yendo y viniendo, monte arriba y monte abajo y, supongo, que un enfado padre. Yo, ni de broma. Mentiras, no son más que mentiras.

Ya ven, ese soy yo: Vicente, el lobo al que no ha parado de darle palos la gente. Aaaayyyyy, aaaayyyyyy, que ya no como ni frío ni caliente.

2 comentarios:

Flor dijo...

Ya nada es como antes. De aqui a poco hasta serán los lobos que se dejaran comer de tan flacos que estan!!

Mis Textículos dijo...

Mientras existan ovejas...

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